Era el año 1993.
Yo estaba en el último año de carrera y tenía claro que quería montar mi propia empresa, no sabía de qué, pero algo mío.
Donde no dependiera de las idas y venidas de jefes que no sabían valorar el trabajo, como le había pasado a mi padre en sus más de 30 años de trabajo, y como le seguiría pasando después.
También tenía claro que, recién licenciado, me faltaría mucho por aprender, así que pensé que lo mejor era trabajar en la empresa de otro los primeros tres años para cometer ahí los errores más gordos.
Miro ahora hacia el pasado y sonrió con nostalgia al ver lo ingenuo que era pensando que en solo tres años ya iba a haber aprendido los errores y podía crear mi propia empresa y tener mucho más éxito del que mi padre llegó nunca a tener.
Pensaba, también, que tenía todo el tiempo del mundo.
Y, también, me equivocaba.
A mi madre le diagnosticaron un cáncer de pulmón, que se apresuraron a decir que no era el que no estaba relacionado con el tabaco (que fue lo que pensábamos todos porque se metía tres paquetes de tabaco al día), cáncer que requería radio y quimioterapia.
Mi padre no se fiaba de la seguridad social y quería que a su mujer la tratasen con el mejor tratamiento que podía comprar el dinero, así que la metió en una clínica privada y tiró del seguro que tenían, que para eso lo tenían.
La aseguradora aguantó pagando unos seis meses.
Un buen día (no tan bueno) de 1994 mi padre nos reunió a mis hermanos y a mí y nos dijo que la aseguradora no iba a seguir pagando por no sé qué excusa, y que necesitábamos 1.000.000 de pesetas cada lunes para darle la quimio a mamá.
Un millón de pesetas al cambio y ajustado a la inflación son 11.280 euros, cada lunes.
Eso o pasarla a la seguridad social, donde la iban a matar.
Así que sin saber cómo y en shock por la noticia cada uno nos pusimos a hacer lo que pudimos para ganar lo que nos parecía que era una cantidad de dinero inalcanzable.
Pero motivación no nos faltaba.
Entre los ahorros que tenían mis padres, el dinero que pidieron a familia, amigos y conocidos y todos los trabajos que hicimos mi hermano Fernando y yo conseguimos pagar la quimio durante unos meses.
Un buen día (ahora sí) mis padres llegaron del médico y nos dijeron que mamá estaba asintomática (antes no te decían que estabas curada, porque por lo visto cuando te da ya no te curas nunca, si no que no tenías síntomas, pero que había que seguirle de cerca)
Gracias a ese seguimiento la detectaron al par de meses cáncer de mediastino (el mediastino, por si no lo sabes, que yo no lo sabía, es la zona que se encuentra entre los pulmones, diafragma y demás)
Este, por lo visto, era peor, porque ya estaba tocando varios órganos principales.
Así que volvimos a la carga con radio y quimio (mismo precio) durante unos meses.
A todo esto, corría ya el año de 1996.
Yo había encontrado un trabajo fijo que me permitía ir viendo los errores en la empresa de otro, y aportar todo el sueldo al fondo común que teníamos en casa que nos permitía mal pagar el alquiler, agua y luz y hacer la compra con cuidado, porque el grueso de todo el dinero se iba en quimio.
En la empresa donde estaba solíamos ir a comer de menú a mediodía, cosa que pude hacer en el par de meses que mi madre estuvo asintomática.
Después el dinero volvió a faltar y algún compañero me dijo que, si estaba molesto con ellos, que ya no iba a comer, le dije que no, que es que tenía “cosas que hacer”.
Lo que realmente sucedía es que no había dinero en casa, así que me pasaba media hora paseando (para que los compañeros no supieran que no tenía dinero para la comida) y luego volvía y seguía trabajando. El que estaba contento era mi jefe, que siempre que llegaba me encontraba currando.
Un lunes, por casualidad, uno de los traductores de aquella empresa me preguntó:
– Oye, tu hablas portugués, ¿verdad?
– Sí
– Pues llama a esta mujer que necesita una traducción.
Llamé a aquella mujer (que se convirtió en mi primera clienta y que siguió enviándonos trabajo durante 35 años más, hasta que lo dejó). Me envió un tocho enorme de documentos que traducir y me pasé toda la noche trabajando.
Al día siguiente volví a la empresa a seguir trabajando. Y a la noche siguiente, con tres horas de sueño en el cuerpo en 48 horas terminé el trabajo, que entregué.
Había ganado el equivalente a mi sueldo de todo el mes.
Con 24 años, y con la sensación de inmortalidad que se tiene a esa edad, pensé en cuantos traductores tenía aquella señora trabajando por la noche, y que ese era el camino.
Aquella primera cliente quedó encantada con el trabajo, y se lo dijo a otra, que también me envió un tocho para traducir, que también traduje por las noches.
Al poco Fernando (mi hermano) se unió a hacer traducciones y cada vez que nos ofrecían una decíamos que sí.
Eso nos dio una ética de trabajo a prueba de bombas.
Decíamos que sí a todo lo que nos pedían.
Daban igual las noches sin dormir, daba igual lo cansados que estuviéramos.
Daba igual todo, menos conseguir los siguientes 11.280 euros antes del lunes.
¿Cómo íbamos a decir que no si nuestra madre necesitaba quimioterapia?
Me di cuenta de que nuestra productividad dependía de la cantidad de palabras que podíamos traducir por hora, así que le dije que teníamos que aprender mecanografía (por aquel entonces escribíamos cada uno con su dedo índice y en un alarde a habilidad usábamos el pulgar para la barra espaciadora).
Así que nos obligamos a escribir con todos los dedos y, efectivamente, podíamos hacer muchas más palabras por hora.
Las calculamos.
Hacíamos entre 800 y 1000 palabras por hora.
Años más tarde, cuando ya la cosa se había calmado, habíamos terminado de pagar las deudas y trabajábamos con varias empresas de traducciones, nos enteramos de que unos traductores internos que tenían contratados tenían que traducir, por contrato, 400 palabras… ¡al día!
Nosotros no sabíamos que no se podían traducir tantas palabras al día, sabíamos que necesitamos dinero para la quimio de mamá.
Así empezamos y así seguimos.
Con una ética de trabajo inquebrantable.
Dándolo todo por nuestros clientes porque nos ha permitido llegar a dónde estamos y tener una vida mejor.
Y trabajando con profesionales que tienen la misma ética de trabajo.
Si quieres un presupuesto tienes nuestro teléfono y nuestro mail, para que te comuniques con nosotros de la forma que te resulte más cómoda.
Y somos una de las pocas empresas en España que tiene un teléfono 24 horas, por si lo que necesitas es urgente. No dudes en usarlo en ese caso.
Feliz día.